I
Hay una pregunta que surge constantemente desde el primero de agosto: ¿dónde está Santiago Maldonado? La aparición de su cuerpo sin vida a mediados de octubre no oculta ni desmorona su sentido, sino que transforma su enunciado: ¿qué pasó, qué hicieron con Santiago Maldonado? Esa pregunta sigue vigente y es imperante que siga surgiendo. Su sentido último es el mismo: necesitamos llegar a la verdad, para alcanzar la justicia. Nosotros nos la venimos haciendo y ahora la arrojamos aquí, en estas páginas. Si alguien, a partir de ello, se pregunta por qué la nota editorial de una revista sobre música y cultura comienza de esta manera, esa duda nos confirma la importancia y la necesidad de seguir construyendo un espacio donde pensarnos y reflexionar de manera colectiva.
II
Cultura y política se cruzan. Dialogan y, a su vez, se encuentran en constante tensión. Difícilmente conviven, por momentos, sus lógicas, sus tiempos, sus horizontes. Sin embargo, lejos de lo que ciertas miradas de una cultura pura, elevada y alejada de las disputas propias de nuestra sociedad pretenden imponer, entendemos que su interrelación es fundamental y necesaria.
Pensar la cultura, y en el mismo sentido el arte, de una forma escindida de la política es arrojarla al vacío de la industria comercial que tan sólo puede concebirla como producto de entretenimiento. La música es un pensamiento, nos dijo en alguna oportunidad Liliana Herrero. Es así que, más que la política, nos interesa pensar lo político en el hacer cultural. Porque existe un potencial transformador en las prácticas. Hablamos de culturas políticas y de políticas culturales. Hablamos de la construcción de horizontes de sentido comunes. De la posibilidad de proyectar nuevos mundos, o nuevas formas de entender, de relacionarnos con el mundo.
III
Vamos por las Tramas está cumpliendo en estos días su primer aniversario. En octubre de 2016 dimos nuestros primeros e incipientes pasos. Los diferentes números de la revista han sido atravesados por diferentes ejes: la relación entre música independiente y emergente con el mercado, el Estado, la autogestión, el diálogo música-memoria, las propuestas autogestivas y las nuevas tecnologías; con el convencimiento de que la supuesta crisis de creatividad que atraviesa la música es una creencia con gran difusión pero con pocos argumentos, también apuntamos a desmenuzar qué hay detrás de estas creencias; cuáles son los sentidos que, de forma más o menos desapercibida se ponen en juego y sirven de resorte para sostener dichas creencias. Es así que, aunque el cruce de esta edición es abiertamente entre música y política, el recorrido que realizó la revista siempre estuvo signado por esa relación.
Nos parece provechoso explicitar ese vínculo. Por un lado, han sucedido en nuestro país las elecciones de medio término, en las que el oficialismo salió fortalecido, la oposición quedó en un recalculando y las opciones más amigables a la coalición gobernante tuvieron resultados nefastos. Las alternativas frontalmente opositoras redescubren un piso de votos que les otorga un peso específico, innegable aunque insuficiente. Por otra parte, en la tarea de interrogar prácticas cotidianas para subrayar su carácter político corremos el riesgo de perder especificidad. De ver en todos lado lo mismo y caer en la encerrona de señalar cada movimiento como guiado por una intencionalidad política.
A su vez, creemos que el vínculo con lo político trasciende las etiquetas epocales. Por ejemplo, para traer a colación un período o un hecho el rock suele aparecer como una categoría fija, sin fisuras. Se habla, así, del rock alérgico a la primavera alfonsinista que se refugió en los sótanos o del rock pionero de clase media que pregonaba un éxodo hippie a la naturaleza. También de ese rock hijo de padres desocupados, que iba a la esquina porque no tenía otro lugar al que ir. Y ese rock que, encolumnado en la causa nacional Malvinas, no cantaba en inglés.
Por su puesto que cada momento histórico deja su huella particular en determinadas canciones, personalidades y hechos artísticos. Aun así, consideramos que el vínculo política y música da más tela para cortar. De lo que se trata, fundamentalmente, es de ejercitar la capacidad de discriminar aquellas instancias en las que se despliegan ciertos intereses en lugar de otros, o por sobre otros. De no olvidar que existen relaciones sociales que son impuestas y que, en la complacencia o resistencia, debemos considerar.
IV
Pensar la interrelación entre cultura y política nos obliga a pensar a los artistas, ya no como seres individualistas que se recluyen en soledad en busca de la creatividad, sino como trabajadores de la cultura. En ese sentido, insertos en un marco de relaciones con diferentes actores que inciden en su estado de situación. Nos obliga a pensar cómo el contexto político, social y económico afecta su devenir, y también de qué manera pueden ellos incidir en ese contexto, cuál es el rol social que cumplen, cuáles son las formas organizativas que pueden asumirse.
Si dejamos todo esto de lado, si nos dejamos vencer por aquella idea que nos dice que la cultura, que un espectáculo cultural, es simplemente un escape de la realidad, un mecanismo para distendernos, entonces ahí sí la pregunta inicial, la que recorre el país y también el mundo desde el primero de agosto, se nos vuelve ajena, distante.
No podemos permitir que esa visión de lo cultural se imponga. Es necesario que nos demos los espacios y los momentos para la reflexión colectiva, desde adentro y hacia afuera, para seguir interrogándonos a nosotros mismos, para seguir cuestionando nuestras propias prácticas. Son pocas las certezas y muchas las preguntas.
¿Qué pasó, qué hicieron con Santiago Maldonado? es la que, como sociedad, se nos vuelve fundamental.
Nuestra única certeza es que EL ESTADO ES RESPONSABLE.
Vamos por las Tramas
Notas en esta edición
Las posibilidades de imaginar, por Pablo Boyé
Hasta que vengan por nosotros, por Paula Ghio y Pablo Boyé
Música para cerrar la grieta, por Pablo Demarco
Yo no quiero estar atado a nada, por Laila Mason
FAAO: Metamorfosis ambulante, por Leandro Navarro
Emerger desde lo colectivo, por Gonzalo Ismael Sosa
Educar es un acto político, por Verónica Iacona
Manuel de Falla o cuando la política hace fallar las instituciones, por Ary Vaamonde Lin
El objetivo es cambiar el alma, por Santiago Lecuna
Éramos felices, pero no lo sabíamos, por Víctor Tapia
Músicos entre la realidad y el imaginario colectivo, por Christian Morana
El arte o su gesto, por Julián Ventura
Ante el ajuste, nuevos rumbos, por Alejo di Risio
“Tiempo perdido”, lo nuevo de Folie, por Verónica Iacona
Nuevo acento al blues criollo, por Guido Venegoni
Beccar siempre estuvo cerca, por Leandro Navarro
Deslizando en la órbita de Dani Ferretti, por Guido Venegoni
Esos raros despeinados nuevos, por Leandro Navarro