La capacidad para hacer arte, para crear y conmover está acompañada de una creencia milenaria. El alma del artista está escindida del mundo del trabajo, con sus obligaciones y horarios. Aun en su belleza, el arte se pliega a las condiciones de está época signada por la individualización de los vínculos sociales bajo el criterio del costo-beneficio.
por Santiago Lecuna
Artistas del Centro Cultural Haroldo Conti dejaron de recibir sus ingresos intempestivamente por parte del Estado nacional desde hace meses. Los funcionarios tampoco dejan que pasen la gorra durante un espectáculo o muestra. Desfinanciados desde todo punto de vista, los artistas del Conti se organizaron. Con el apoyo de ATE (Asociación de Trabajadores del Estado) conformaron un espacio de negociación con la gestión, que no siempre garantiza el canal de diálogo. Hasta la fecha, las autoridades aseguran que lo adeudado será retribuido. El paso del tiempo pone en duda esas confirmaciones.
Lo contado no es más que otra crónica de estos tiempos. Hablamos de músicos, performers, actores o fotógrafos. También podríamos trazar un paralelo con, por decir, trabajadores de la industria láctea a los que se pone en la encrucijada de elegir entre perder derechos laborales o el despido. Pero hay algo que no cierra. Algo no pega cuando en la misma oración se menciona a artistas en conflicto por el salario, cuando se los compara con trabajadores fabriles también en conflicto. ¿Se espera que un artista se organice con sus compañeros, se afilie gremialmente, reclame por el pago de su salario? ¿Es legítimo el reclamo? Sobre la legitimidad volveremos permanentemente.
Para Aristóteles el hombre libre es aquel que no está atado a ningún vaivén económico. Aquel que no está guiado por el interés. Lo bello, para el filósofo griego, se opone al trabajo y al negocio. Vaya que han pasado años desde que Aristóteles definió las particularidades del hombre libre. Aún hoy, aparece con firmeza esta tradición que entiende al artista como un ser separado del común.
Dado que el el artista (¡y lo dice Aristóteles!) camina por una senda que no está moldeada por las condiciones de producción, aparece como alguien distinto o, al menos, diferente al resto. Esa otra masa ordinaria de administrativos de oficinas, empleados de comercios u operarios fabriles es la que debe someterse a la lógica económica. Cumplir horarios, tener un sueldo fijo, preocuparse por las deudas.
El riesgo de esta mirada es el escapismo. Cerrar los ojos, confundiendo el mundo real con el imaginario. Una contracción al mundo interior, cuyo refugio es de sustento frágil. El artista es parte del mundo del trabajo (precarizado) como lo es el empleado, el operario y el administrativo. Si no es percibido como tal es por la potencia de un mito que coloca al artista y su producción en el terreno de lo invaluable. La fuerza de ese mito posibilita suspender toda queja, ignorando la expansión del capitalismo a cada actividad humana, estandarizando los consumos. Buscando, siempre, el mayor beneficio al menor costo. Y asumiendo como propios el sistema de valores que de su lógica mercantil se desprenden.
Cabe preguntarse sobre los mitos. No los que explicaban la lejana sociedad en la que pensó y actuó Aristóteles. Sino en los mitos que explican y dan cuenta de nuestra vida hoy cuando, por ejemplo, la fuerza política ganadora en las últimas elecciones aplica un plan económico que detonó estruendosamente en diciembre de 2001. Cambiemos logra legitimarse no sólo ante los suyos. Hace excelente elecciones en el primer cordón del conurbano bonaerense, en el sur de la Capital Federal. El actual gobierno digitó un tarifazo en los servicios públicos del que sólo conocimos la primera parte. Devaluó la moneda. Tiene como política estatal la destrucción de la industria nacional. Tiene una funcionaria que ordenó un operativo represivo donde desapareció un pibe que luego reapareció en una zona ya rastrillada a días de las elecciones. ¿Dónde obtiene legitimidad el elenco gobernante para conseguir el visto bueno electoral? ¿Aceptan esto los votantes de Cambiemos? ¿Asumen como propio el programa neoliberal? ¿O lo ignoran? ¿Cómo se reelige a un gobierno bajo el cual se trabaja más y se gana menos? Las explicaciones del tipo “hay que darles tiempo”, “los de antes se robaron todo” o “no los dejan gobernar”, ¿son implantadas por los medios de comunicación? ¿O, por lo menos una parte, la población lo cree fehacientemente?
Los interrogantes pretenden apuntar al porqué de este voto sin caer en respuestas que desprecien al votante. Porque su voto vale tanto como el de cualquiera y si estamos de acuerdo en que es mejor un modelo de país que incentive la industria nacional, el mercado interno y cuyas políticas públicas estén orientadas favorablemente hacia los sectores más postergados, es imprescindible representar de la mejor manera a ese votante.
Del mismo modo, la gastada referencia al rol de los medios en la construcción de preferencias y subjetividades también merece una revisión. Aunque elementales y operadores, no deben confundirse a las radios, diarios o canales de televisión como los ordenadores morales de una sociedad. Los medios masivos de comunicación son los inteligentes traductores de una cultura política que sí jerarquiza una escala de valores, distinguiendo lo correcto de lo incorrecto. Ante la erosión de las condiciones materiales de vida, quienes integran esta cultura parecen aferrarse a la moral y a las costumbres como forma de mantener la distinción con otros grupos sociales. Una cultura con su origen mítico en aquellos inmigrantes que bajaron de los barcos para levantar un país. Que no concibe al Estado como una herramienta de inclusión, sino como un ente corrupto que le saca al laburante para darle al vago. Una cultura política que bajo el signo del mito de una argentina blanca y europea hoy se reconfigura a través del emprendedurismo y del individuo que es su propio jefe. Una manera de ver el mundo, de tener ciertas expectativas y no otras que tuvo su razón de ser en palabras de Margaret Thatcher, en la antesala del conflicto minero: “la economía es el método, pero el fin último es cambiar el alma”.
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