La pregunta por lo nuevo es una constante. Lo nuevo, siempre difícil de delimitar, nunca implica una ruptura total con el pasado, sino un diálogo con las tradiciones en las que se sustenta. Algo ya hemos dicho sobre esto, cuando en el número anterior decidimos preguntarnos acerca de la relación entre música y memoria. La pregunta por lo nuevo, para nosotros, encierra en sí misma su respuesta: es en realidad un punto de partida desde el que nos interesa lanzarnos para reflexionar y acercarnos a la nuevas expresiones de la cultura emergente. Porque de nuevo hay mucho, y de formas muy diversas.
Sin embargo, para otros, la pregunta guarda cierta cizaña. ¿Qué hay de nuevo? Nada. Porque lo que sucede, dirán, es que ya hace tiempo que no hay nada nuevo bajo el sol. O cualquier otra muletilla similar. No hay nada nuevo porque el caudal de originalidad se agotó en generaciones pasadas, porque la mirada del devenir del mundo es que vamos hacia una inevitable decadencia. Por suerte, entonces, hubo esos tiempos dorados en los que pudimos bailar desnudos y crear en esa pura y libre desnudez. Nada más alejado de la realidad.
Sucede -y probablemente haya sucedido siempre- que hay generaciones que, incluso de una manera inconsciente y no declarada, pretenden matar a las generaciones siguientes, al declarar su inexistencia o su existencia insustancial. Pero, así y todo, esto responde a factores mucho más pequeños que los que verdaderamente nos importan: la cuestión cobra mayor relevancia cuando se configura una creencia (“no hay nada nuevo bajo el sol”) a partir de la puesta en funcionamiento de una maquinaria social, político y cultural mucho más potente y abarcadora. La industria y el mercado, lo sabemos, se pliegan siempre sobre lo conocido, lo que da resultados. Los medios de comunicación -sobre todo los masivos, aunque muchos medios alternativos no hacen más que reproducir sus lógicas y maneras-, están atravesados por esa ideología de mercado. Urge entonces volver a preguntarse sobre el rol de los periodistas hoy.
Desde otra óptica, la pregunta inicial también podría expresarse de la siguiente manera: ¿qué hay de nuevo-viejo? Y volvemos, así, a la idea del diálogo entre generaciones, a que declarar la emergencia de algo novedoso no implica borrar de un plumazo todo lo que venía detrás. Hace tiempo, se vienen desarrollando nuevas expresiones, nuevas experiencias. Nuevos circuitos por donde ellas circulan, lejos de la noción de lo masivo y, en algunos casos, tratando de saltar la dicotomía entre lo mainstream y lo under. Experiencias y expresiones que se nutren de sus predecesoras, pero reconfigurándolas, trayéndolas a este presente en el que las sensibilidades han cambiado, así como las formas de relacionarnos, y en donde el papel que cumplen las redes sociales y las nuevas tecnologías es fundamental.
Poner en común esas experiencias y expresiones, pensando que también entre ellas se puede dar un diálogo, es un poco el objetivo de la presente edición de Vamos por las tramas. Indagar, a su vez, cómo se posicionan los receptores y los públicos es también uno de los nodos sobre los que nos parece interesante aproximarnos.
La respuesta a la pregunta de si hay o no hay algo nuevo bajo el sol es, desde nuestra posición, una obviedad. La búsqueda es entonces poner en juego mediante argumentos y experiencias concretas una respuesta que resulte menos estrecha que un simple “sí”, y acercar a los lectores diferentes universos que pueden convivir, y que de hecho conviven, en un mismo espacio.
Vamos por las tramas
Notas de esta edición
El otro lado de las cosas, por Pablo Boyé
La renovación no será televisada, por Santiago Lecuna
La importancia de llamarse Alfredo, por Pablo Boyé
Micro Discos o el Twitter de la música, por Leandro Navarro
El receptor autogestionado, por Verónica Iacona
A cara lavada, por Santiago Lecuna
Tres momentos y un motivo: acercarnos a la música, por Diego Rodríguez Castañeda
La transformación es la novedad y la novedad, un desafío permanente, por Hermano Sol
El blues: en el sótano de casa y en la terraza del vecino, por Christian Morana
Agua ardiente, de Los Espíritus, por Guido Venegoni
Gravitar, de Lunar, por Leandro Navarro
Arena, sol y Tremebundos blues, por Verónica Iacona
Un comentario Agrega el tuyo