Expresan, a través de un lenguaje y un sonido propios, el surgimiento de una nueva sensibilidad, que se cristaliza en Suav, su primer LP. Una conversación con Full Chamba.
por Pablo Boyé
La ciudad siempre esconde lo mejor de sí. Nos muestra, en apariencia, sólo su superficialidad. Fachadas, veredas, carteles de neón. Buenos Aires se esconde. Alfonso Devoto la transita, la habita y la siente como uno más pero distinto, y tal vez como el fotógrafo que le hubiese gustado ser, captura esas imágenes que encienden en él algo vivo, algo que se mueve: su música.
-Las imágenes que yo tengo en la cabeza, que a mí me gustan, son las de tomarme un colectivo y ver los umbrales de las casas, las construcciones de Baires, esos carteles de neón de las rotiserías. La pizzería esa de San Telmo, Pirilo, esos lugares. A mí, esta ciudad me vuelve loco todo el tiempo. Todas las cuadras, me imagino que una ventana podría ser en la que yo viviera, y digo: mirá esa ventanita.
Full Chamba suena a Buenos Aires. Alfonso Devoto, que lidera el grupo aunque él se va a colocar mejor en el rol de “coordinador”, recoge en sus melodías cierto aire porteño, en donde confluyen la cadencia de la canción de García y Spinetta con la melancolía y densidad del tango. Todo eso, sin embargo, atravesado por una tradición tan reciente como distante: la del hip-hop norteamericano. Devoto cree que el género les gusta más de lo que reflejan en su música hasta el momento, “nos identificamos más con su estética, creo que el hip-hop está más presente en los ritmos y en la forma de producción de los beats, en el entramado sónico”.
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-Tenemos una fijación con esta ciudad.
Claudio Vázquez se hace cargo plenamente. Él es el co-timonel de este barco que surca con comodidad las aguas suaves que unen el Río de la Plata con los ghettos afroamericanos de los suburbios en el norte del continente, porque si alguna vez Full Chamba apareció como el proyecto de un solista acogido en el marco de una banda, hoy habría que dejar de lado esa perspectiva. “En Full Chamba hay una cosa de no creerse el dueño de la pelota”, dice, “lo que tiene de especial Full Chamba es eso: un montón de sensibilidades al servicio de la canción”.
También Vázquez deambula por la ciudad, con su ojo más audiovisual (él, a su vez, se desempeña como realizador) que de fotógrafo, siempre alerta a los detalles, a los vínculos, a desatar un encuentro. Es en ese deambular que se topa en su camino con Alfonso y sus canciones. La primera vez que escuchó una de ellas, pensó en el disco Frontera, de Jorge Drexler, por lo que allí había de experimentación. Se explica fácilmente:
-Cómo un chabón que compone con la acústica, después a la acústica la pone en otro lugar, que no es el lugar de la acústica de Bob Dylan, de León, de Spinetta.
Alfonso recuerda:
-Frank Ocean y Drake fueron vitales. Yo venía maqueteando, tratando de desmarcarme de la guitarra. Y con los Damasco terminé de entender que la cosa pasaba por las rítmicas y por el bajo, por las chapas con mucho aire.
Como una música que, de entrada, suena “ligera y digerible”, así define Claudio Vázquez a la obra de Full Chamba, “pero que tiene un montón de capas y de laburo, y que no se podrían hacer si trabajáramos con la espontaneidad de la sala de ensayo”.
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-La manera de producir es que no tenés que hacer lo primero que se te ocurra -reflexiona Alfonso.- Estamos en un momento en que la gente está muy mecha corta, las cosas se disfrutan cuando son más largas y las podés paladear. Nosotros somos gente grande, tenemos otra distancia. Ya tenemos barbas largas y venimos del CD, pegamos la vuelta y escuchamos vinilo. Entendimos que el proceso hace a la experiencia más que al resultado.
Full Chamba nace, ante todo, del encuentro entre Devoto y Mauricio Tovar, músico de Ese perro que en aquel momento estaba comenzando a producir. Tanto el primer EP -en el que sólo participa como músico, además de Alfonso, Rocco Aguado, en teclados y voces-, como su disco de larga duración, Suav, fueron producidos por Damasco, emprendimiento encabezado por Tovar junto a Alejandro Crimi (también de Ese perro) y Alejandro Zapiola. Y el elenco de Full Chamba se completa con Pedro Devoto, a cargo de las programaciones..
-Un poco Damasco es como Damon Albarn y nosotros somos como los dibujitos de Gorillaz -bromean.
La figura del productor es clave para ellos, al punto tal que la ubican ocupando también el lugar del compositor. La canción, así, aparece en el centro de la escena: ella es la protagonista. Por más de que las semillas nazcan de la sensibilidad de uno, son todos quienes terminan de construirla. Como en un laboratorio. Sin embargo, cuando el laboratorio sale a la calle, al escenario, lo que se pone en juego es otro tipo de energía.
-En Full Chamba, que es una banda que desde la composición es recontra lógica, inteligente, elaborada, cuando pasa al vivo es una liberación -explica Vázquez.
-A mí me gusta más el vivo -admite Devoto-. Las canciones son proyectos artificiales, están hechas de a pedacitos. Me gusta más cuando adquieren un vuelo.
Así y todo, Suav, ese disco que están todavía están empezando a presentar, vuela con una intensidad a la que es difícil escapar. Pero, claro, Alfonso -y él mismo lo dice-, le ve los hilos.
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-Somos los negros más blancos del universo, jugando en esta canchita de básquet imaginaria que nos creamos. Somos los más blancos y los blancos no saben saltar.
La analogía es de Claudio. El hip-hop, esa música que identifican como suya en este momento de sus vidas, es todavía un aprendizaje. “Es una ambición, también”, agregará. La mixtura es la esencia de la banda y es uno de sus rasgos peculiares. El pasaje al show en vivo puede aparejar una dificultad, pero allí es donde más se siente el calor que sus hacedores transmiten a cada momento, y el aire vibra distinto. Incluso cuando aparecen las adversidades, como en aquel recital en La Viola Bar cuyo final fue interrumpido abruptamente y, como si todo hubiese sido planeado desde el principio, Claudio Vázquez tomó la posta para desde abajo del escenario encender con un freestyle cargadísimo a todos los presentes, que al instante olvidaron el trago amargo.
-Siempre, quizás, nos cebamos más de lo que la música dice -admite Devoto-, y a mí eso me encanta. Somos mucho más suaves de lo que somos para hablar o para movernos en el escenario.
Claudio no coincide del todo. Él inventó una expresión para caracterizar el vibrar propio de Full Chamba: “bailar chiquito”.
-Porque si bailar pegados es bailar, bailar chiquito es el nuevo bailar.
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Corretean por la calles de Buenos Aires, con el corazón encendido como de niños, al mismo tiempo que se abrazan a la nostalgia tanguera que tanto identifica al porteño. Construyen su propio lenguaje y lo juegan en la canción, como un lunfardo íntimo, personal. “Nosotros nos damos el lujo de hablar como si fuéramos de un ghetto”, dice Vázquez. Hay una búsqueda de interpelar al otro, pero también hay una necesidad de encontrar el disfrute pleno, sin perder lo lúdico del asunto, en el hacer música.
-Yo creo que ya está claro que esto es lo que hacemos porque es nuestro amor total -dice Devoto-. No podríamos perdonarnos no hacer esto. Y entonces, lo mejor es que las experiencias sean lo más lindas posibles. Ya ni pienso en la idea de trascender, ni de pegarla, ni nada. Pegarla para mí es pasarla bien; suena re romántico, pero es verdad.
Cuando Alfonso empezó, allá hace tiempo, a grabar estas canciones, dice que fue para salir del pozo. Pero el encuentro con otros hizo que Full Chamba cobrara vida y entidad propia, casi, si se quiere, a la manera de Patricio Rey. “Lo dictó Full Chamba. Full Chamba es un solista”, se ríen. Pero si Full Chamba fuese un espacio físico, sería ese lugar donde cada uno de sus habitantes, músicos y productores, cumplen un rol específico haciendo lo que más les gusta hacer.
Claudio y Alfonso corretean por las calles con la mirada atenta, expectante. Con esa mirada que es del niño o del artista, que ve pero también traspasa. No estoy bien mirando al costado / Citizenear me gana siempre, canta Devoto en “Mueva”. La definición no aparece en los diccionarios. Se tratará, tal vez, de un habitar deambulando, de un deambular sin estructuras fijas. De poder captar eso que late invisible en lo cotidiano aunque sea por un instante, aunque se trate de algo efímero. “Todo pasa, nada dura, pero en este momento es verdad”, reza un texto impreso en la solapa del disco.
Será que cuando se pone en juego un mirar distinto para expresarse creativamente, nacen elementos a los que a veces llamamos arte. Pero será que cuando ese otro mirar se funde en el día a día, para aparecer a cada momento, y se conjuga tanto en lo creativo como en lo cotidiano, será ahí que nace el artista. Ese que puede ver el otro lado de las cosas.
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