La renovación no será televisada

Juan Manuel Strassburger y Javier Sisti Ripoll, artífices del Festipulenta y Festilaptra respectivamente, sacuden el escepticismo imperante a fuerza de independencia y argumentos. Los tires y aflojes entre mainstream y under en la era de los eternos regresos.

por Santiago Lecuna

No hay bandas de rock como antes. Se acabaron las novedades. El caudal de creatividad se interrumpió. Asistimos a una escena musical estancada. La sentencia envuelve a los grandes nombres y también se filtra en el underground. Crea un océano de escepticismo donde no se forman nuevas olas que sacudan y nos trasladen. En la inmensidad de la quietud, sólo queda reposar mansamente. Esperar otra última gira de nuestra banda favorita o una nueva remasterización discográfica de aquellos discos memorables de los dorados años sesenta y setenta. También de los ochenta y, por qué no, de los recientes noventa.

Pareciera ser que los gustos musicales tienen al paso del tiempo como referencia. Así, bandas que pasaban desapercibidas hace escasos años hoy aparecen como abanderadas de una generación que, en mayor medida, les mostró más indiferencia que simpatía. A nivel local, ocurre un fenómeno similar. Durante los últimos años la avalancha de regresos tuvo su versión nacional, volviendo a los escenarios artistas y formaciones que hacía años estaban fuera de la actividad.

Haciendo a un lado las preferencias subjetivas, nos encontramos con una predilección de lo viejo por sobre lo nuevo, ¿es porque se acabaron las propuestas novedosas? ¿O porque, objetivamente, las bandas o artistas que surgen no tienen el nivel que sus predecesoras? ¿Se trata de la simple nostalgia inmanente al ser humano, acompañada del marketing correspondiente? ¿De verdad no hay sonidos nuevos y sólo nos queda refugiarnos en un pasado conocido?

Esto se lo preguntamos a Juan Manuel Strassburger y Javier Sisti Ripoll. Ambos constituyen un circuito que, al mismo tiempo que novedoso, progresivamente ha ganado en caudal de público y reconocimiento mediático. Strassburger es periodista y, junto a Nicolás Lantos, llevan adelante desde hace casi una década el Festipulenta, festival insignia de la escena porteña que transita por un carril diferente al mainstream. Similares características posee el Festilaptra, evento organizado por el sello independiente Laptra del que Javier participa con su banda 107 Faunos.

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Ninguno de los dos lo niega. Strassburger diagnostica que “hay un malestar que es objetivo. Mucha gente o una parte de los que consumen rock nacional se quejan de que faltan grandes bandas”. Por su parte, Sisti Ripoll considera que “en general, el público de rock es conservador. Las bandas de antes no son necesariamente las mejores, eso es un lugar común que veo que se repite”. Lejos de cargar tintas avalando un desencanto de época, se sumergen en un análisis sobre los cambios en las condiciones de producción del mainstream, y su relación con el under.

Para el artífice del Festipulenta, el estado actual del mainstream genera una “sensación de repetición” en la escucha de rock. Esta sensación, aunque puede remitir a una intuición abstracta, tiene causas bien concretas.

“Hay una crisis en los modos de difundir y un acotamiento en los modos de producir en muy pocas manos”. En este sentido, el periodista explica que el criterio de producción se centró en un formato de canción “de audio comprimido, un determinado tipo de canción muy redonda, muy claro, que no deja lugar a dudas”. La primacía de ese estilo se convirtió en canónico y cerró las puertas (del mainstream) a toda banda que no se amoldara a estas condiciones.

En lo que concierne a los modos de divulgación, apunta que “los medios de difusión se cerraron, y las bandas que aparecían no tenían acceso a radios como La Mega, Rock & Pop o a la grilla de los grandes festivales”. Todo este panorama le fue dando una forma homogénea a los productos del mainstream. Sin embargo, esto no fue siempre así y Juan Manuel pone el foco en Pop Art, que “se volvió conservadora, cuando anteriormente había cumplido esa función de nexo entre mainstream y under.”

“El mainstream anterior se nutría del under, había un intercambio entre ambos que oxigenaba y nutría a toda la escena rock en general. A partir de los años dos mil, este intercambio se interrumpe”. Aquí surge la pregunta de rigor, ¿por qué se interrumpe? ¿El under dejó de ser ese aire fresco porque se agotaron sus reservas? ¿Dejó de haber under?

“No. Hay más under que nunca”, sostiene Strassburger, con argumentos: “a partir de los dos mil, la tecnología te da la posibilidad de grabar en tu casa; y, además, se le pierde el miedo a la perfección profesional. Se comienzan a hacer las cosas como quiero hacerlas y no como dicen que hay que hacerlas”.

Pareciera ser que ambas escenas son dicotómicas pero no viven en una oposición estática, sino que hay una circulación de nombres, lugares y canciones; lo que no impide que tengan lógicas propias. En este sentido, el bajista de 107 Faunos considera que “la lógica del under existe solamente porque es invisible a la cultura del espectáculo. El espectáculo no admite la lógica del ‘hazlo tú mismo’ porque sería su destrucción”.

En esa relación de enfrentamiento natural, continúa Sisti Ripoll, “los sellos grandes proponen un contrato leonino a bandas chicas pero no pasa por ahí el recambio de la escena. Las cosas tenés que hacerlas solo”. Si bien hay un abuso de la industria, son esas las reglas del juego que definen la esencia under.

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Explorados los mares de la producción musical, es hora de bucear en otras aguas. Porque si bien el mercado puede tender a una homogeneización del producto, también hay un público dispuesto a consumirlo. A menos que caigamos en un reduccionismo que explica ciertos consumos culturales por una insuficiencia de capital cultural por parte de los consumidores, allí hay algo a atender. Más aún si se trata de un fenómeno masivo que llena estadios y teatros.

En este sentido, dejando a un lado la vara que mide qué consumo cultural es válido y cuál no, vale preguntarse por un público que parece más dispuesto a disfrutar en lo conocido que a experimentar propuestas novedosas. En las dos charlas, los entrevistados muestran cierta distancia con esta apreciación.

Si bien el bajista de los Faunos señala que “la escena no falla, el que falla es el público si busca en el mismo lugar”, también sostiene que “la novedad todavía no se clausuró”. En esa línea, Strassburger afirma que “hay mucha gente que sí se arriesga. Al último Festipulenta asistieron mil personas por día. Y cuando lo hacíamos en Zaguán Sur no iban más de ciento cincuenta”. Este fenómeno lo expande más allá de la avenida General Paz: “en Córdoba, Tucumán, Mendoza, Neuquén, Rosario, Comodoro Rivadavia, hay mundillos de bandas que llevan de cincuenta a quinientas personas. A esta asistencia física, hay que sumarle la que participa a su manera, a través de internet desde su casa”.

A su vez, entienden que hay una valoración de época por los objetos culturales del pasado. “Hoy se glorifica lo que se vivió hace veinte años”, señala Strassburger y agrega que aunque no es un fenómeno nuevo, “se trata de una tendencia a nivel mundial”. Sisti Ripoll coincide: “esto pasa en todo el mundo, no hay highlights como antes”.

Ambos también resaltan el camino recorrido por El Mató a un Policía Motorizado y Los Espíritus. Ignoradas por la industria, hoy las dos bandas colman los lugares donde tocan y sus canciones tienen miles de escuchas en la web.

Strassburger entiende que movidas como el Festipulenta o el Festilaptra vendrían a ocupar ese lugar que la industria dejó vacante y que, aun sin una campañas de difusión masiva, estas y otras bandas están rompiendo el techo que naturalmente se les impone sin el patrocinio de un gran sello.

En este contexto, analiza que “es un momento de mucha efervescencia, de gran circulación de bandas y artistas, pero al mainstream no le interesan y cuando sucede un fenómeno como El Mató o Los Espíritus, se lo pierden”. Sisti Ripoll también es optimista: “yo creo en la renovación, creo en el futuro. El público se está diversificando, es cuestión de tiempo también”.

Pareciera ser que, cuando creíamos estar a la deriva en altamar, de pronto, notamos que hacemos pie con la punta de los dedos.


La foto de portada fue tomada por Cristian Apas durante el Festipulenta 2014.

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