El receptor autogestionado

La pregunta por la autogestión en la cultura no implica sólo qué hay de nuevo en las formas de producción, sino también lo que sucede en el lado de la escucha y los receptores. El siguiente texto aborda esta reflexión para arrojar algunos disparadores.

por Verónica Iacona

¿De qué hablamos cuando hablamos de autogestión? Hablamos, sin duda, de colectivos artísticos, de cooperativas de trabajo. Hablamos de palabras como ciclo, independiente, under, evento. También lucha, aguante, pulmón. Se nos vienen a la cabeza radios online, bandcamps, blogs, revistas digitales. En definitiva, hablamos de los productores de un nuevo movimiento social y cultural. Pero muy pocas veces hablamos de los receptores.

La autogestión como la entendemos busca patear el tablero y modificar de cuajo las estructuras, las interrelaciones y los canales de producción y circulación del arte y la cultura. Lejos del mainstream y de una concepción individualista del quehacer artístico, la autogestión se erige como una propuesta que busca establecer lazos colectivos. Se conforman así grupos de músicos, artistas, escritores, fotógrafos y cineastas que participan juntos de una nueva forma de producir sentidos. Pero para que haya sentidos tiene que haber interpretación, y para la interpretación, recepción. Ahora bien, ¿cuál es el papel de los receptores frente a todo esto?

Para un sistema, y un mercado, que conciben la cultura como un producto de consumo, el rol del receptor es uno solo y va más allá del producto: hamburguesas, licuadoras, entradas para festivales, discos, zapatillas, es lo mismo. Desde este punto de vista, el rol del receptor es pasivo. Funcional a ese mercado, el receptor se abandona a lo que repetitivamente se desliza por los canales masivos de circulación (radio, prensa, redes, televisión), y consume. Frente a este modelo de realidad se levantan los movimientos de autogestión, y es precisamente esa lógica la que buscan romper. La cultura no es un producto de consumo sino un hecho social y colectivo. Y como tal, demanda una modificación sustancial de sus dinámicas de producción, pero también de recepción.

Romper con este esquema exige cambiar las reglas del juego y el rol de los jugadores. Como hecho social, la cultura no admite abandono, sino todo lo contrario; requiere participación, compromiso, unión. Desde la producción, y abrazando esta premisa, los movimientos autogestionados administran sus propios recursos humanos, artísticos, de prensa, de contabilidad, de logística, etc, con el foco puesto en el trabajo colectivo. Si bien la trayectoria de este tipo de movimientos es extensa, en el contexto actual de las redes sociales y la exposición que facilitan las nuevas tecnologías, asistimos a una proliferación de colectivos de trabajo que gracias a ellas pueden prescindir de ciertos actores antes fundamentales (managers, productores, promotores).

Un cambio tal en las lógicas de producción conlleva, necesariamente, un cambio en la configuración de los receptores. Como hecho social, la cultura no reconoce consumidores pasivos, sino que requiere receptores activos. Las experiencias de autogestión que se multiplican desde hace varios años encuentran en redes sociales e internet un lugar donde erigir la bandera de lo colectivo. No sólo para los productores, sino también para los receptores. En este contexto, los receptores son capaces de administrar por sí mismos, y para sí mismos, los recursos que les permiten acceder a la información, y de ponerse en contacto directo con quienes producen estas experiencias y estos movimientos. Surge así el concepto de receptor autogestionado: un receptor que teje redes y configura tramas de manera consciente y según sus propias inquietudes. Se conecta, busca, contacta, investiga, salta de un lado a otro, sale, conoce gente, visita lugares, se involucra.

Estos nuevos receptores son parte integral de la producción de sentido de los colectivos autogestionados, en tanto les exigen una ruptura verdadera con los esquemas tradicionales de producción y circulación de la cultura, cuestionando su lógica de funcionamiento. Al ser activos, no buscan etiquetas sino espacios de participación. No buscan ser espectadores sino establecer conexiones. Un colectivo que se proclame autogestionado pero que no integre ni dialogue con estos nuevos receptores, es simplemente un colectivo que reproduce la lógica que supuestamente cuestiona.

Los productores de estos movimientos deben ser ellos mismos receptores autogestionados. Pertenecer e involucrarse con colectivos similares, tejer también ellos redes y establecer lazos de trabajo que funcionen como soporte de un paradigma del que sólo son una pequeña parte. Productores-receptores y receptores-productores que construyen la voz de esos colectivos, que participan activamente en la construcción de ese mismo sistema de redes, de esa misma columna que es la base de un verdadero colectivo autogestionado.

La autogestión, como la entendemos, lucha contra un sistema que considera a la cultura un producto de consumo y que tiene como base un modelo de recepción pasiva. Luchar contra esta dinámica implica no sólo modificar los modos de producción y los canales de circulación de lo cultural, sino romper con la lógica que separa la producción de la recepción. Entender la cultura como un hecho social exige anular este límite e integrar lo que hoy se encuentra separado.

Los receptores autogestionados, activos e involucrados en la producción de sentidos, son pilares de este proceso.


Ilustró la portada Lucila Mar

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