Acercamiento al mundo indie y más allá. La punta de lanza de un circuito más amplio que, con agite y esencia lo-fi, alza su voz cuando parece que todo fue dicho.
por Santiago Lecuna
El término indie alude a la abreviatura, en inglés, de la palabra independent. Es decir, es una banda indie aquella que predica la independencia de su obra en contra del patrocinio de un gran sello o productor que garantice comodidades y difusión masiva. El “hazlo tú mismo” adquiere un gran valor dentro de ese universo. Sin embargo, sigue siendo una definición muy amplia y sabemos que lo que mucho abarca, poco aprieta.
En esta parte del mundo, la categoría indie abarca a un conjunto de bandas que abrazan la ética de la independencia junto a sus propias características artísticas. Ante el giro conservador de la escena rockera nacional (que en esta nota Juan Manuel Strassburguer y Javier Sisti Ripoll se encargan de analizar) a partir de los años dos mil, la independencia o la autogestión se convirtieron en una de las pocas posibilidades a transitar por los artistas que daban sus primeros pasos.
Así, se fue configurando un nuevo circuito under. Convirtiendo el estigma en emblema, las bandas que eran ignoradas por la industria fortalecieron aquellos rasgos que, a la vez que las excluía, también las distinguía. Surgió, por un lado, otra forma de producción y difusión con festivales, sellos, ciclos y toda clase de encuentros con raigambre colectiva. Por otro lado, el indie se afianzó en un tipo de canción con especificidades propias.
Las letras parecen fluir naturalmente de una melodía pegadiza que da para entonarla a los saltos. El ritmo y la letrística acompañan la esencia de este ¿género?, ¿estilo?, que hace de la sinceridad y la simpleza una cuestión de honor y de la la anti pose rocker un rasgo fundamental. La forma de la canción indie planta bandera sin la necesidad de grandes arreglos y sin brillos que terminan cegando, corriendo el foco hacia lo que verdaderamente importa: la música.
El imaginario de bandas como Bestia Bebé o Las Ligas Menores se ajusta al de un grupo de amigos que se juntan para tocar, donde la música es una de las actividades para honrar ese vínculo. La temática es conocida: el amor, las incertidumbres, el barrio, la amistad, viajar. Por su celebración y valoración de lo cotidiano, puede trazarse un punto de contacto con el mundo que describe el rock barrial. Es que el indie no toma su independencia de los grandes sellos como una bandera a reivindicar a cada momento, en cada lugar; o para señalar a aquellos que no siguen esa corriente y “transan”. Hay una postura frente al mercado, pero no una caza de brujas.
La importancia está puesta en tocar, en hacer música. Sin maquillaje. Y aquí asistimos a un distanciamiento de una forma de rockero establecida y muy difundida que tiene en Pomelo, la criatura creada por Diego Capusotto y Pedro Saborido, a su viva imagen. El indie, como tantas otras expresiones musicales de los últimos años, es una respuesta a ese modelo Pomelo, a los excesos de brillantina, a los viajes en limousin, a los mega shows que remiten a una película de ciencia ficción.
No es desmedro, pero sí una toma de posición lógica ante una sofisticación que resulta alcanzable sólo en la fantasía. El modelo Pomelo, esa combinación de estrella de Hollywood con sensibilidad naif y problemas de adicciones, recorre de punta a punta el abanico estético rockero.
Ante esto, el indie, como otras bandas o artistas que tal vez no gozan de mayor reconocimiento, se presenta como eso que ves arriba del escenario. Ni más, ni menos. De lo que se trata es de sacar al músico de la limusin y acercarlo al público. Bajarlo de la nube de pedos, porque lo trascendental son las canciones. El paradigma Pomelo parece agotado, aunque la industria insista.
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