Ya comenzaron a emprender el camino que los aleja de su primer disco, XXI. En busca de una nueva estética y un nuevo decir, pero con la canción siempre al frente, desafían los viejos paradigmas. Una conversación con Camerú.
por Pablo Boyé
Otra verdad
“No somos chicos del siglo XX” sería el título más obvio para introducirnos al universo Camerú, esa frase que Gastón Lipzsyc canta al comienzo de “XXI” casi a la manera de un posicionamiento, una declaración de identidad. Pero sería sesgado comenzar así, recortando por la negativa. En la letra se continúa la idea, y nos dice: “sabemos lo que es andar con la nariz pegada a la pantalla, el brillo ensordecedor. No se confundan, no estamos locos, buscamos otra verdad. Algo que encienda nuestras prisiones, la sed para despertar”. Y es así que la cuestión empieza a tomar otros tintes.
Sucede que Camerú es una banda joven que se reconoce dentro de una generación que es la de la transición entre dos siglos, una generación que creció escuchando CDs y, al mismo tiempo, vio a las disquerías transformarse en cadenas de electrodomésticos, que fogueó parte de su identidad en la mística rockera, de las grandes bandas y los conciertos multitudinarios, pero que tuvo que atravesar Cromañón, la reconfiguración de la escena under y sus lógicas, así como el cambio de paradigma que la industria musical se vio obligada a tomar a partir de la emergencia de lo digital, el streaming y las redes sociales.
Es decir, una generación que, en alguna medida, mamó que había una-forma-determinada de hacer las cosas pero que, en el trayecto, se encontró con otros caminos posibles, otras búsquedas, otras verdades. Esas viejas fórmulas que ya no existen, esas supuestas lógicas de antaño, hoy se vuelven formas cristalizadas. Todo ello converge, quizá no de manera consciente, pero sí desde lo sensible, en la música y en la estética que la banda propone.
-Parte de ser músico, viviendo en el mundo en que vivimos, es tratar de estar a todo terreno y armar tu propio camino, tratar de ser una 4×4. No hay una regla de cómo pegarla, no existe. Cada uno arma su camino como puede y como quiere -dice Leandro Tenenbaum.
-En un momento, sentíamos que había una manera de hacer las cosas. Consultábamos, le preguntábamos a un manager. Hoy en día, es tan difuso todo que no hay fórmulas, las cosas que funcionan, a uno le funciona y a otro quizás no. La cura que encontramos es dejar de consultar y hacer la que nos va -agrega Gastón.
-Es laburar impulsivamente a conciencia -redondea Leandro.
Frescura
-XXI lo cocinamos, lo cocinamos, lo cocinamos.
Gastón repite la idea como si estuviera volviendo a masticar todo aquel proceso de producción que desembocó en lo que fue la primera experiencia en estudio para la banda conformada por él, junto a Juan Ignacio Clavell (teclados y coros), Martín Lema (guitarras y coros), Jeremías Perteagudo (batería y percusión) y Leandro Tenenbaum (bajo). Hoy, sin embargo, ya no les resulta tan atractivo seguir hablando de ese disco, grabado durante 2015 y editado en 2016, en el que depositaron muchísimo: la búsqueda sigue y los horizontes ya son otros. No es tanto el tiempo que pasó, pero tal vez no haya nada tan XXI como la velocidad y la necesidad imperante de algo nuevo. Gastón nos dice:
-Hay cosas que ya me agotaron. Hay temáticas, hay nuevas cosas que quiero decir. Y ahora nos tomamos el compromiso de pensar: ¿estamos todos de acuerdo con esto que estamos diciendo? Pusimos la vara un poco más alta. Viene una música donde todos estamos vibrando más genuinamente. Lo nuevo tiene un tinte un poco más rockero. De decir las cosas.
Si el disco que al momento cargan en sus espaldas suena fresco y potente, ellos buscan redoblar la apuesta. A su vez, la claridad en el mensaje a la que aspiran probablemente responda a un signo de época: se acabó la era de lo críptico, de la letra enrevesada, y es momento de decir las cosas por su nombre. Camerú se reconoce en la tradición de eso que se ha dado en llamar rock nacional, aunque a esta altura ya pocos sean los que tienen una definición clara al respecto. Si existiese un consenso unánime acerca de que Luis Alberto Spinetta, Charly García, Fito Páez y Gustavo Cerati son los principales referentes de este ¿género musical?, entonces no cabría duda de que Camerú se acomoda tranquilo en esa batea. Pero la mixtura es mayor y tan XXI como el hibridaje lo es en parte la disolución de las viejas etiquetas:
-Es lo más millennial que existe -dice Gastón- pasar de Bruno Mars a Radiohead, de Radiohead a Miles Davies, y así.
De Marilina Bertoldi, Sig Ragga y Mustafunk, pasando por Natalia Lafourcade hasta el último disco de los Stones. Todos esos nombres aparecen en la charla para confirmar que no es la nominación de una música, sino la propia música, lo que importa.
-Creo que las etiquetas me están confundiendo un poco -admite Gastón, y nos interroga- ¿Qué onda eso de tener que andar preguntando el género de una canción?
Canciones
Hacer canciones. Construirlas, encontrarlas, ser en ellas. En los últimos tiempos, la canción -casi como si pretendiera constituirse como un género en sí mismo, aunque tal vez eso no sea más que seguir pensando con categorías viejas fenómenos nuevos- se ha posicionado en el centro de la escena.
-Lo que me encanta de Camerú -dice Leandro- es que todos se tocan todo. Hay que bajar la manija para acomodorla. Sumarle a la canción es lo importante a la hora de tocar. La organización sonora para que todos toquemos alrededor de la canción. La canción lo es todo.
En el caso de Camerú, la canción nace en el interior de quien comanda el grupo desde la voz y la guitarra. El disparador siempre puede ser distinto, “a veces es la guitarra, a veces es un beat, a veces un teclado. Muchas de las canciones se gestaron desde elementos tecnológicos”. Para visualizar ese proceso con claridad, Gastón Lipszyc, nos dice, necesita “tener la canción en frente”.
-A mí me funciona bastante el construir el mundo de la canción, lo máximo que pueda, desde la computadora.
Ese prototipo después es llevado a la sala de ensayo, en donde termina de cobrar forma con el aporte del resto de los integrantes. Y si bien es Gastón quien lleva “el mapa de la canción”, ellos no dejan de hablar nunca en un “nosotros” que los incluye a todos.
Cambiar para sentirse vivos
-Estamos en constante cambio y movimiento -dice Leandro-, y creo que eso es algo también muy XXI.
Ya en su primer álbum, Camerú ofrece una paleta de colores amplia: pueden pasar, por ejemplo, de un rock and roll bien potente, con guitarras estridentes y solos rabiosos, a canciones más soft y delicadas. Las nuevas canciones parten de esa base y traen consigo, además, la posibilidad de ser grabadas “en caliente”. Es decir, se trata para ellos de “tener los temas frescos y disfrutarlos antes de quemarlos. Grabar las cosas frescas”.
Pero lo nuevo de Camerú no son sólo las composiciones por venir, sino el giro que comenzaron a dar en los últimos tiempos respecto a sus presentaciones en vivo. Gastón comenta que:
-Empezamos a desarrollar el plan de ensayar con el “modo vivo”. Y no es que te digo: “actuá que la re sentís”. Se trata de buscar realmente el lenguaje, el movimiento, para conectarnos con la música. A mí me aburre mucho la banda que sólo toca, porque además de ver tus canciones, te quiero ver vibrando con esa música, de la manera que sea. Ahí encontrá tu lenguaje vos, pero investigá eso.
Aparece así cierta toma de conciencia respecto de la importancia de dar un show, en todos sus detalles, desde lo que implica la estética visual hasta la forma en que cada uno, de forma individual, pero a su vez en relación con el resto del grupo, habita las canciones y las transporta hacia el público. Para Leandro:
-Lo más importante es poder disfrutar el vivo. La faceta que a mí más me gusta de Camerú es el vivo. El vivo es cuando llega la milanesa napolitana con fritas, es la realidad. A mí me gusta ir a ver bandas en vivo. Y no me puede pasar ir a escuchar una banda en vivo y que sea lo mismo que quedarme en mi casa escuchando Spotify. El vivo es algo que no se puede matar.
La energía y la solidez que despliega la banda sonando sobre el escenario, sumado a la potencia de unas melodías que apuntan directo a ese lugar que hace bombear la sangre más fuerte, junto al histrionismo de Gastón al frente del micrófono; esa sumatoria lleva a Camerú a posicionarse como un grupo infalible a la hora de dar un espectáculo.
Infalible, en el sentido de que, de una forma u otra, te obliga a tomar posición sobre lo que allí sucede. No pasa desapercibido, te interpela. Y es ahí donde está el nudo de toda la cuestión: en la posibilidad de generar en el otro un movimiento, una pequeña chispa, una sed para despertar.
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