Una pregunta sobre la memoria, la búsqueda de las raíces y el canto hacia lo nuevo, lo que está por venir. En esa intersección, se condensa Cría, el último disco de Duratierra.
por Pablo Boyé
Hay una casa. Hacia los lados, se extiende erguida y firme, aunque permanentemente en obra; el techo nunca se vislumbra del todo. Sus límites, difusos, son siempre una posibilidad. Se sostiene sobre cimientos sólidos que se pronuncian, por momentos, como certezas irrevocables, hasta que se vuelven, de nuevo, preguntas.
Hay una casa, como una música.
-Para mí, la forma de la canción tiene historia y tiene cultura. Me gusta pensar en la gente componiendo, revisitando y pensando las cosas de antes, y los géneros. Aunque vos decidas no usarlos. Me parece que es importante no pensar la canción como un género inconexo con el pasado y con las tradiciones. Porque la tradición no es algo que uno tiene que respetar y hacer a rajatabla. En ese sentido, es renovarla con el contenido de las tradiciones nuevas. En Latinoamérica, hubo un montón de cantores que en un determinado momento histórico salieron a decir cosas similares o desde un lugar similar. Y la conexión entre eso y el presente es algo que a mí me interesa traer todo el tiempo.
Así, Juan Pablo Saraco nos abre las puertas de esa morada que habita junto a Nicolás Arroyo, Tomás Pagano, Micaela Vita y, más recientemente, Exequiel Mantega (que llegó en reemplazo de Matías Zapata).
Duratierra.
La invitación a pasar es para descubrir un poco más ese universo repleto de canciones nuevas que la banda (ello dirán, ante todo, “grupo”) viene construyendo día a día desde hace doce años (también admitirán: doce años mentirosos).
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Cría es su tercer y hasta el momento último disco, lanzado en enero de 2017. Si quisiéramos, podríamos leerlo como un libro, un ensayo sobre la memoria, las raíces, el canto y la voz, donde cada elemento es inseparable del otro. “Saravá” (”una sensación de agradecimiento, como un augurio de buen viaje a los que fueron y a los que siguen”, explica Saraco), es la última canción que compusieron y la única que pudieron producir en la sala de ensayo. Y es la que, a modo de prólogo -los prólogos siempre se escriben al final-, abre el álbum y, casi como un manifiesto generacional, planta bandera. Las canciones del ahora tienen ojos y memoria, sostiene la voz de Micaela Vita, que también nos dice:
-Cuando escuché esa canción, cuando Juan me la mostró, cuando vi la letra escrita dije: “ah, es esto. Todo lo que estamos queriendo decir está en este texto”. Es una canción que a mí particularmente me reafirmó. Para nosotros, como grupo, todos estos años han sido de pelearnos un poco con esto de qué somos, qué música estamos haciendo. Fueron años de buscar, pero no de encontrar. A veces no lo ves al camino. Y a veces hay textos que te ayudan a verlo.
El camino es ese que los vio nacer como un grupo de estudio, en donde la figura de Willy González aparece como la un constelador: aquel que los unió y alentó a hacer música latinoamericana. Ese mismo camino es el que también los vio grabar algunos EPs, hoy velados en algún sótano de la casa, y tres discos.
-En los discos de Duratierra, los nombres tienen un sentido -explica Saraco.- Floralia tiene que ver con esa cuestión: con dar, florecer, quién sabe cómo, algo; Enobra fue la construcción de la identidad; Cría es ya una decisión más concreta, la crianza, tenés que tomar decisiones, tenés que decidir qué valores le das.
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Duratierra parte de una base que es la música folklórica latinoamericana; ese manantial, esa memoria, de la que beben y que fluye en ellos. Y que se entrecruza con otros sonidos, otras texturas y lenguajes, como son -dice Juan- los de Radiohead, los Beatles o los Redondos. Ese manantial, entonces, dibuja a lo largo y a lo ancho de todo un continente (o de más de uno) la respuesta a la pregunta que Saraco escribe sobre el final de “Pascual”. ¿Dónde están nuestras raíces? Cría es un disco que, desde la poética de las letras hasta las decisiones proyectadas en la música, reflexiona, asoma interrogantes, propone miradas acerca de ese mundo nuestro que, de algún modo, tenemos la obligación de construir y poblar de belleza.
-En algún momento nos habíamos planteado hacer un disco más folklórico, porque se estaba quizá desdibujando ese aspecto -relata Pagano.- Y en un punto, cuando empezó a salir la música de este disco, lo que salió fue todo lo contrario. Me parece: la necesidad de expresar lo que a cada uno le pasa.
Cuando terminaron de grabarlo, pensaron que no le iba a gustar a nadie. “Nos mandamos cualquiera”, a modo de conclusión general. “Es inescuchable, un tema va para acá, otro va para allá”, recuerda Micaela que creía de este disco que ahora, al subirse al escenario para cantar sus canciones, la conmueve profundamente:
-Fue un proceso de mucho diálogo con la voz, porque en este caso a mí me toca llevar las letras adelante. Este disco es una llamada a la emoción directa, y me pasa cuando lo estamos tocando, que me doy cuenta de que no es que me gusta el disco, me emociona. Me emociona esa letra, voy directo a viajar, a mi abuelo, voy directo a acordarme de mi infancia, voy a sentir un desamor.
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Joropo, tarantela, cuecas, cumbia, una chacarera que no es. Sin ser un disco estrictamente folklórico, Cría discurre por diferentes géneros puestos en función del relato que pretende contar; sin embargo, intentar definir una música desde las palabras es, casi siempre, caer en una trampa. En lo compositivo, sin dudas, el nuevo álbum representa un salto cualitativo enorme respecto del anterior -que ya de por sí era una obra estupenda.
–Enobra era nuestra primera experiencia con canciones propias y, para mí -narra Saraco-, también era mi primera experiencia en general. En las letras, excepto algunas, hay falta de oficio, por un lado, y por otro, es como un cuidarse: no ser lo suficientemente claro, cosa de no exponerse del todo. Es un ejercicio muy fuerte el de encontrar el ritmo de lo que estás escribiendo y pensarlo en canción. Es difícil. Yo todavía lo estoy practicando.
“Son letras claras, que cuentan historias claras”, asiente Micaela. “Las canciones hablan de algo que es necesario hablar”, interpreta Tomás. Sin perder la belleza poética, ganaron en potencia narrativa. Y, de la misma manera que a Micaela, nos conmueven profundamente.
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-Que la honestidad se refleje en el accionar de un proyecto artístico -dice Vita.- Desde la honestidad, no estar calculando. Si no, lo que generás termina siendo una cosa que se evapora. No es el árbol que plantás, se va, o no termina de generar lo hermoso que tiene la música: que es una posibilidad de crear nuevas realidades, de abrir, de mover paradigmas, de mover cosas, de repensar, de abrir puertas de cada persona que escucha. Cuando eso se pierde, se pierde lo único mágico que puede tener.
Lo humano, el vínculo afectivo, aparece como un valor fundamental. En Cría, eso se pone en juego en todos los músicos-amigos invitados que ponen lo propio en cada una de las canciones, desde la interpretación hasta en las composiciones: Noelia Recalde (Valbè) y Nadia Larcher (Seraarrebol), Diego Cortez, Fernando Basanta Finn, Raly Barrionuevo, Merkén. También aparece la certeza de que ser músico y subirse a un escenario implica una responsabilidad, que va más allá de cualquier idea academicista: tiene que ver con la búsqueda de transmitir algo, un mensaje, una emoción. Porque “la música -dice Saraco- no es una joda”.
-La música latinoamericana, toda esa identidad colectiva, mi misión en la vida es trabajar en eso, no perderlo de vista, saber identificar los lazos que unen las cosas, y poder precisarlo lo máximo posible. Eso yo lo siento parte de mi identidad. Después de ir a Uruguay a ver las llamadas de tambores, las murgas, eso me sirvió para decir: “mirá el grado de emoción que tiene esto», es una apuesta que uno mueva esa emoción. Tiene que pasar algo, es un desafío muy grande.
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Han sabido, a lo largo de estos años, tomar decisiones. «Decisiones en función de la banda», dirá Pagano. Aprender en qué lugares tocar, con qué personas tratar, cuándo decir que no. Enobra fue la llave que abrió el paso a que Duratierra, el grupo, se transformara en la prioridad, para llegar a ese momento en que Juan describirá como aquel en que ya ninguno toma una foto para mirarse a sí mismo, para ver cómo salió. Y eso, agregará, se ve reflejado en las canciones de Cría: «el trabajo del grupo es defender la canción, ese es el motor y no tiene que desviarse nunca, en ningún momento».
-Para mí hay una línea muy finita y no hay que pisar el palito. Yo tengo como una certeza de que si vos pisás el palito de querer que te vaya bien, desde el lugar del éxito, de la ambición, fuiste -dice Micaela-, pero fuiste internamente.
La autogestión los encuentra en un terreno de aprendizaje constante. Alguna vez, dicen, han “pisado el palito” de estar esperando que alguien de afuera venga y resuelva cosas, pero eso lo ven ahora con los ojos de quien ha adquirido la sabiduría de la experiencia transitada. Han cometido errores y han salido lastimados, pero también renovados. La autogestión, en este sentido, “es cuestionarse, autocriticarse. A mí me hace cuestionarme mucho personalmente en cómo mejorar para que el grupo también mejore -dice Pagano.- Es enfrentarse con un montón de limitaciones propias”.
-La experiencia autogestiva es muy gratificante -cuenta ahora Micaela-, lo que más me gusta es hacer los shows en nuestra sala, que sería el colmo de la autogestión; lo que pasa con la gente, estar compartiendo el mismo espacio, el no-escenario. La autogestión a nosotros nos sirvió un montón para definir los roles.
Así y todo, también está la mirada de que si la autogestión no rompe los límites de lo “auto”, no hay mucho horizonte posible. “Yo tengo un poco la ilusión de poder pertenecer a un colectivo más grande de trabajo -dice Juan-, pero no pasa de eso, de ser una ilusión. También es un proceso muy nuevo, no sólo la autogestión, sino la música en un sentido profesional. Yo realmente no estoy seguro de que lo independiente tenga un valor en sí mismo. Me gustaría un Estado que fomente políticas culturales inclusivas, igualitarias, que sean de acceso para muchos músicos, que invierta en la cultura que se está haciendo acá y crezca, y crezcan todos. Y también me parece bien que haya gente del ámbito privado que invierta, de forma pautada, reglamentada”.
Las nuevas herramientas, las épocas, los contextos en que estamos inmersos son clave a la hora de pensar cómo se va conformando y desarrollando la subjetividad de los músicos.
-Yo creo que las generaciones han ido mejorando una barbaridad, entienden mucho más de la construcción colectiva -comenta Micaela-, y creo que tiene que ver con las épocas políticas donde a cada uno le tocó desarrollar su actividad.
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Vienen las canciones nuevas, clama “Saravá”. Duratierra se ubica así en una escena de nuevos compositores que traen consigo nuevas formas, nuevos decires. Llenas de canciones viejas, completa la letra, porque el diálogo con la tradición, sabiendo discutirla, es lo que enriquece una obra.
-Me parece que los artistas de esta época tienen el deber de crear música nueva -afirma Saraco-, que dialogue con la propia historia que tiene la propia música que ellos escucharon y los propios libros que leyeron. Es tomar de esa caja de memoria. Es un ejercicio el de recuperar esa poética y esas ideas y traerlas al hoy. Componer es eso, hoy, para mí.
“Sabedores de que la memoria puede viajar muy lejos y llegar donde nadie piensa o imagina, fueron los hombres y mujeres de ese hoy al lugar de los árboles grandes”, reza un cuento del Subcomandante Marcos que Micaela Vita nos cuenta, como antes de irnos a dormir. Alguna vez, un hombre viejo, incomprendido en su presente, plantó una semilla para que sea recogida por los de después. Esa semilla es la semilla de un diálogo que se establece a través de la memoria. Son los de después, los de ahora, quienes sí entendieron.
Hay una música, entonces. Que sabedora de sus conexiones con otros tiempos -no sólo pasados, también futuros-, nos da cobijo y nos interpela ahí donde nace el sentir. Nos invita a viajar, al mismo tiempo que puede ser un refugio para las emociones. Como un lugar al que siempre podemos volver.
Hay una música, como una casa.
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