El ciclo de fiestas Surfer Rosas combina espíritu punk, sonido alternativo y producción lo-fi. En palabras de su creador Adrián Trapinsky: «las Surfer no son un recital, son un lugar de encuentro donde tocan bandas”. Qué hay detrás de este evento que, el próximo 19 de octubre, festeja 7 años y se prepara para llegar a las cien ediciones.
por Verónica Iacona
En 1988, los Pixies sacaron Surfer Rosa, un disco debut de espíritu punk, sonido alternativo y producción lo-fi que tres años después Kurt Cobain reconoció como principal influencia de Nevermind. Treinta años más tarde y nueve mil kilómetros más lejos, esa misma influencia llegó a Temperley, centro neurálgico del sur del Gran Buenos Aires, y a un ciclo de fiestas que con igual espíritu punk, sonido alternativo y producción lo-fi lleva su nombre: las Surfer Rosas.
Adrián Trapinsky, alias “Trapo” —34, flaco, altísimo y con el pelo rosa, todo tan rosa— es el corazón, el cerebro y el pulmón detrás de las Surfer Rosas, y el de Pixies es su álbum preferido. Creció en Monte Grande, y como cualquiera que haya vivido a más de ocho estaciones de Constitución, pasó gran parte de su vida arriba del Roca gastando casetes y rayando discos. El Borde en Temperley y Cemento en Capital fueron segundos hogares y en esos recitales previos a Cromañón, a la clausura y al vaciamiento cultural que vino después, Trapo hizo mucho más que solamente ver bandas. Aprendió lo que era el aborto, leyó sobre abuso policial, y descubrió que había muchas formas de habitar el mundo pero una sola forma de poder cambiarlo: el arte. Quizás por eso ante la pregunta de «¿cómo se te ocurrió hacer una fiesta como la Surfer?», su respuesta sea: «Fue tan natural que no tengo ni tanta memoria ni mucha idea de cómo pasó».
Este 19 de octubre las Surfer Rosas festejan sus siete años y se preparan para llegar a las cien ediciones, todas en el Cultura del Sur, un centro cultural mitad techado, mitad descubierto justo en frente de la estación de Temperley. Por las Surfers pasaron bandas como Los Espíritus, Bestia Bebé, Sara Hebe o Poseidótica pero también Hungría, Unión Soviética, Aventura en el Árbol, y muchas otras que por caprichos de la industria, de la prensa o de algunos contados bolicheros no llegan a sonar más allá del Puente Pueyrredón. Pasaron también fotógrafos, escritores, graffiteros y poetas, muralistas y fanzineros, artistas plásticos con sus cuadros y gamers con sus arcades, Vjs, Djs, diseñadores y feriantes, vendedores de figuritas, coleccionistas de muñequitos y fanáticos de los casetes. Todos tocaron, recitaron, expusieron, intercambiaron, o vendieron tomando birra en el patio, entre amigos y hasta que salga el sol. Es que como dice su creador, «las Surfer no son un recital, son un lugar de encuentro donde tocan bandas”.
Como productor, Trapo sabe que su rol no está reconocido. Sabe que hay músicos y managers que quieren venir, tocar, cobrar e irse, que muchas veces no va a ver un peso, y que lo que entra de la puerta se va en pagarle a las bandas. «Pero estoy tranquilo conmigo mismo. Yo hago lo que quiero hacer, sin mentirme y sin mentirle a nadie». Y a fuerza de plantarse, logró hacer de las Surfers una plataforma de despegue, un trampolín desde donde muchos puedan tirarse a la pileta. «Imaginate un pibe al que le enseñan que el arte tiene que estar en un cuadro en un museo, o uno que cree que escribir sólo vale si te publica una editorial. Yo quiero romper con eso. Escribite un fanzine y venite, trae tus dibujos y venite, animate, mostrate». Con las bandas pasa lo mismo, el encuentro entre las que cortan 500 tickets y llenan un Niceto con las que apenas cobran para cubrir viáticos para Trapo es lo que más vale. «Meter a una banda grande para mí es genial porque puedo llamar a bandas de acá para que toquen con ellos, y eso es lo mejor que les puede pasar a los pibes».
El abanico de estilos es otra de las características fuertes de la Surfer. Sara Hebe con una banda hardcore, Los Espíritus junto a un trío de math rock, punk, indie y cumbia todo en una misma fecha. Porque, ¿a quién le siguen importando los géneros? «Hoy en día se descontracturó todo, y también se descontracturó la forma de escuchar música. Ahora ya está, todos escuchan todo, todos se cogen con todos, ya fue la de separar. Por qué vas a elegir vivir una vida sola si ahora tenés un montón de posibilidades. Yo apuesto mil veces más a eso que a todo lo otro, que está lleno de rencor, lleno de odio».
Las Surfer Rosas, se dijo, no son un recital sino un lugar de encuentro. Y si el eje de ese encuentro es la música es porque Trapo la concibe de forma distinta al mero entretenimiento: «La música es una postura cuando te levantás a la mañana todos los días, de cómo querés vivir, de cómo querés que sean las cosas. Nosotros producimos todo con un fundamentalismo, con un romanticismo a veces insoportable, pero lo queremos hacer así. Es una postura con la vida». Vencer al odio con amor, al rencor compartiendo, y juntarse.
En un mundo que empuja al individualismo y forma grietas en vez de puentes, encontrarse es un acto de resistencia. Y las Surfer Rosas, punk en su esencia revolucionaria, una luz rosa entre tanta oscuridad.
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