Salir, buscar, encontrar, perderse. Cada día, la ciudad se dobla entre el orden y el azar. Habitamos un sinfín de caminos interconectados, a medida que construimos el nuestro. Un relato acerca de cómo ese entrecruce genera redes y nos da una definición de internet: otra red, tan humana como las demás.
por Noelia Ale
Vivimos atrapados en laberintos. Los hay en los barrios, los hay subterráneos, los hay invisibles. Los hay de concreto, de setos, de calles, de códigos binarios. Los hay en el aire. Todos ellos conviven, se superponen, se desbordan.
Día tras día, nos aventuramos por sus túneles. Nos salteamos salidas que creemos falsas, nos confiamos de pasillos que parecen correctos. Terminamos en callejones sin salida.
En nuestros recorridos tejemos redes. Una exhaustiva telaraña de conexiones, una trama que expandimos, de atrás hacia adelante y de adelante hacia atrás.
A veces, en estas decisiones, nos perdemos. La monotonía de los cruces puede parecer segura. Doblar aquí o allá, seguir de largo, nada parece cambiar(nos) demasiado.
Hasta que dos senderos colisionan.
***
Son las ocho de la noche. Estoy en la línea verde del laberinto que corre bajo tierra. No recuerdo la estación, la salida transitoria, sólo cómo se congeló el aire del vagón una vez que su camino se impuso sobre el nuestro. La transversalidad, el corte que quebró nuestro patrón. Ella empezó a cantar. Segundeada con una guitarra que a su lado parecía gigante, su dulce voz unificó los destellos que se escapaban de sus dedos, nos empujó con sigilo hacia la luz. Hipnóticos, todos nosotros, en jaque con ese escape alternativo, la seguimos. Ya no escuchábamos lo que decían los acompañantes, un universo paralelo se había erigido ante nuestros ojos. La joven tocaba temas de su autoría con una soltura y alegría contagiables. Al rato susurró que se llamaba Felicitas. Llegué a felicitarla, a elogiar su componer, cantar y compartir. Pero tuve que soltarla, retroceder en mis pasos para retomar el camino marcado. Todo allí seguía igual.
Todo, menos yo.
***
Al otro día no podía sacar su voz de mi cabeza. Quería volver a encontrarla. Forcé mi laberinto cuantas veces pude para volver a dar con el suyo. Pero no la encontré. Las pocas melodías que recordaba de aquella accidental intervención se iban apagando, se me confundían cada vez más. Decidí tomar medidas, dejar a un lado los tradicionalismos del destino e internarme en la red abominable y eterna: la internet.
“¿Cómo la busco?”, me pregunté. Escribí lo primero que vino a mi cabeza: “cantante del subte”. Las puertas empezaron a brotar de la pantalla en masa, con tantos recorridos posibles que al empezar a transitarlos me acobardé. Seguí probando diferentes combinaciones hasta que mis dedos, al bailar por el teclado, dieron con la correcta: “cantante del subte Felicitas”… Y ahí fue cuando apareció.
Felicitas “Feli” Colina Cornejo es oriunda de la provincia de Salta, pisó Buenos Aires de visita pero se quedó a cantar. La seguí en Facebook e Instagram. Me enteré de que trabajaba en un disco, aunque unos cuantos clicks después supe que ya estaba editado. Decidí escribirle para comprar una copia. A los pocos días, la cálida respuesta entre mis notificaciones color rojo: Amores gatos estaba disponible en YouTube.
Allí encontré a otros tantos espectadores anónimos atrapados en sus propias redes. Detrás de cada comentario de aliento había un par de huellas cansadas de tanto andar por las telarañas. El perderse había valido la pena.
***
Nunca más encontré a Feli en los túneles bajo la tierra, pero llevo las marcas del magnetismo de su deseo, ese mismo que, como piezas, nos arrastró hacia ella. Su CD me acompaña en mis viajes y en mis tardes de estudio como una caricia que sale de los escombros de la violenta rutina: me gusta su pluma irrespetuosa, que sus orígenes se expandan hasta teñir cada nota.
La aventura de encontrarla me sumergió en el híbrido de la realidad y la virtualidad, me llevó a nadar sin temor en los límites del río y el mar. Por la curiosidad, traspasé dimensiones. Me aparecí en los recorridos de mis amigos, vecinos y compañeros sugiriendo que la escuchen. Corrí por diagonales de piedra, de tinta y algodón lanzando sus canciones por encima de los muros, como bombas, con la certeza de que al compás de la música correcta, las distancias se derrumbarían.
Y así fue.
Epílogo
Es temprano cuando las luces de mi planisferio virtual empiezan a titilar. Son las redes. Me muestran a Feli en las calles de París, en los parques de Barcelona y rodeada de castillos en Brujas. Siempre con su guitarra. Siempre con su canción. Siempre en sus túneles de ensueño.
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