Pensar en las formas de interpelación que genera la música como expresión de los procesos de memoria es un desafío en el marco de las disputas por la construcción de sentidos. El olvido y las estrategias de ocultamiento también forman parte de la batalla en la que están en juego las identidades de los pueblos.
por Paula Ghio
Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí
resucitando.
María Elena Walsh, “Como la cigarra”
Si tuviéramos que definir qué es la memoria podríamos hacerlo escuchando la canción “Cómo la cigarra” y terminar la nota así, con esos versos. No hay mejor forma de definirla que convocando al arte que la expresa.
La memoria es un proceso de lucha constante por el sentido de lo que se recuerda y cómo. La asisten el recuerdo y el olvido, está conformada por lo que traemos a escena y lo que dejamos de lado, en ella seleccionamos y jerarquizamos. No podemos recordar todo porque entonces no recordaríamos nada, y porque ya no sería hacer memoria sino, tal vez, archivo.
Pensar en las formas en que se expresa esta memoria no es menos importante que pensar en su contenido. El recurso del arte aporta desde un modo particular, en el que se encuentran elementos, significados, valores, construcciones, que no están en otros sitios. Hay nuevas historiografías, como por ejemplo en el feminismo, que inspeccionan en el arte porque expresa, muestra y comunica cosas de los tiempos históricos que es muy difícil encontrar en la historiografía oficial. El arte tiene un poder simbólico distinto, construye sentidos desde un modo de interpelación particular, donde es muy fuerte el componente emocional y en el que podrían pensarse niveles de persuasión más efectivos que desde otras formas.
¿Cuál sería el criterio para que algo sea memorable? Autores que escriben sobre el tema coinciden en que se debería hablar y reflexionar en torno a los hechos traumáticos que vivieron las sociedades, y que ello es importante desde un sentido y una responsabilidad política, pensando en las generaciones futuras, para que lo terrible no se repita. Los procesos de memoria, constantemente, son acosados y apedreados desde distintas estrategias de olvido o de ocultamiento por fuerzas como el mercado y sus agentes. Es ahí donde la memoria puja por resistir y dar pelea.
Su importancia reside también en que ella, junto con la tradición y otras instancias, conforman la identidad de los pueblos. Una identidad, no en un sentido esencialista ni acabado, sino como un constructo que se encuentra también en permanente devenir.
Tanto memoria como identidad se encuentran en constantes desplazamientos, traccionadas por distintas fuerzas que hay en la sociedad, que representan distintos intereses, que hablan de las épocas, que están en desacuerdo, que pujan por imponerse para construir sentido acerca de lo que somos. Estas presencias no son puras abstracciones sino que se asientan y contienen en materialidades, en estructuras, medios y soportes. Es interesante pensar al arte como parte de ese constructo y a la canción o a ciertas canciones, en particular, como táctica a través de la que se lucha, disputa y construye sentido.
Enciende los candiles que los brujos piensan en volver / a nublarnos el camino. Estamos en la tierra de todos, en la vida. / Sobre el pasado y sobre el futuro, ruinas sobre ruinas, querida Alicia. Charly le da voz y sentido a lo que ocurría en los setenta. Una voz que nos llama y nos cuenta lo que el terrorismo de Estado estaba haciendo allí. Los setenta y el 2017 unidos por el tiempo de la memoria.
Es interesante pensar en las formas de la memoria y sus actualizaciones, ya que si la intención es producir una interpelación que produzca o genere determinadas reflexiones para la construcción de nuestra identidad, puede resultar más efectiva una obra de arte que un monumento. O por lo menos, convoca a pensar en torno a qué tipo de reflexión producen las distintas expresiones, qué tipo de transmisión puede generar, por ejemplo, “Todo preso es político”, “Vuelos”, “La bengala perdida”, “Las desapariciones”, “Yo vengo a ofrecer mi corazón” o “Ciudad de pobres corazones”.
Se puede considerar a la música dentro de ese proceso constante de disputa por la memoria, que quiere aportar y ser parte de la identidad de un pueblo, un proceso que olvida, recuerda, muere, resucita, olvida, resiste, recuerda, selecciona, da batalla, jerarquiza. Y que vuelve al olvidar, porque el olvido es parte constitutiva de nuestro devenir. El punto estaría en qué es lo que se rescata -y cómo- y qué es aquello que se excluye.
El arte, y las canciones en particular, pueden ser tácticas con potencial de disputar sentidos y hacer memoria.
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