Un heterogéneo colectivo de activistas culturales abandona el lugar común del arte como espacio inofensivo de disfrute y cava la trinchera entre partituras y zapatos de baile. Mientras el llamado a la unidad resuena como un grito de época, Cultura Unida no pierde el tiempo. La organización ante un Estado que está, pero para los de siempre. La autogestión como alternativa real y no como posición testimonial.
por Santiago Lecuna
Cultura Unida es una constelación de diversas organizaciones culturales. Allí se encuentran representados centros culturales y clubes de música de la ciudad que abren sus puertas a todo estilo de artistas, enfrentando clausuras arbitrarias del órgano de control porteño (como lo que ocurrió durante octubre con el centro cultural La Quince, que participa enrolado en Seamos Libres, una de las agrupaciones de Cultura Unida). También están los artistas callejeros, como los músicos ambulantes que desarrollan su actividad rotando por las seis líneas del subterráneo. Se trata del Frente de Artistas Ambulantes Organizados (FAAO), que en su caso enfrentan diariamente la prohibición policíaca de practicar su arte en la vía pública. Por su parte, la Asociación de Organizadores de Milonga (AOM) lucha por una ley que reconozca el trabajo de quienes cumplen este rol en la ciudad.
Todos estos diversos reclamos de distintas agrupaciones confluyen en un diagnóstico común: la falta de apoyo e interés por parte del Estado. La condena a permanecer a la intemperie del accionar judicial, ante el acoso policial o de las autoridades gubernamentales. El desinterés de un público que ignora estas alternativas artísticas.
Construyendo Cultura constituye otro actor político cultural en Cultura Unida que, junto a los demás colectivos, direccionan reclamos comunes en una coyuntura política y económica difícil. Así, con el fin de visibilizar las problemáticas de este sector, en el mes de mayo se llevó adelante el apagón cultural para denunciar las consecuencias que trae el aumento en la tarifa de luz a estos espacios, al mismo tiempo que, simbólicamente, preveía un futuro oscuro para el país ante la aplicación del ajuste. Además de organizar la FLIPA (Feria del Libro Popular), Construyendo Cultura, junto a otras organizaciones, protagonizaron #Desclausurate durante noviembre último. Con una performance (que contó con músicos, actores, bailarines, malabaristas, titiriteros) frente al Centro Cultural Recoleta, la iniciativa nació ante la falta de respuestas concretas luego de semanas y semanas de reuniones infructíferas con el ministro de Cultura Ángel Mahler.
En este sentido, Julieta Hantouch, parte de Construyendo Cultura y coordinadora de la Casa Cultural Sofía Yussen, sostiene que “con #Desclausurate dijimos basta a esa cosa muy dialoguista donde hay muchas reuniones pero no pasa nada. Se acaba el año y seguimos en la misma situación, con un presupuesto que se aprueba sin modificaciones”.
La mano visible
El presupuesto, junto al tarifazo y las habilitaciones, fueron tres puntos que #Desclausurate remarcó. Pese a que la sancionada pero parcialmente aplicada ley de centros culturales prevé abrir un registro en el que estos espacios puedan inscribirse para obtener la habilitación, han sido más las clausuras de sitios que ya existían que las aperturas de lugares nuevos.
El tarifazo como política universalista que atravesó a toda la población hace daño de manera directa e indirecta. Porque multiplica por tres la factura de luz y porque impacta en el bolsillo de todos, lo que hace que la salida del sábado, la entrada a un espectáculo o el billete a poner en una gorra sean pensados dos veces.
La disputa por las partidas presupuestarias es la tercera gran discusión que las organizaciones culturales ponen arriba del tapete. Los números recolectados por Cultura Unida son concretos: el presupuesto 2017 para Cultura en la Ciudad de Buenos Aires supone $32 millones para la Usina del Arte (un 105% más que el año anterior), $160 millones para el Centro Cultural Recoleta (un aumento del 170%) y $471 millones al complejo teatral tradicional, compuesto, entre otros, por el Teatro San Martín y el Teatro Colón. Por su parte, los fondos destinados a la cultura independiente de la ciudad tuvieron otra suerte: un aumento de apenas el 1,32% a los programas de promoción cultural, un retroceso del 76% en la formación artística del complejo teatral y un 54% menos para el Programa Cultural en Barrios.
Desde ciertos lugares puede hacer ruido que aquellas expresiones que se llaman autogestivas o independientes luchen por reconocimiento estatal. Vale preguntarse, entonces, con respecto a qué y quién se construye una cultura autogestiva. Si la apuesta es por espacios que en los barrios ofrecen espectáculos a bajo costo sin perder la calidad artística, o por expresiones culturales novedosas y populares, a lo que nos enfrentamos es a una definición de cultura más tradicional, ligada a los museos de bellas artes y a los teatros masivos.
Hantouch evita los dogmatismos: “no está mal que exista la calle Corrientes con sus teatros comerciales”, pero apunta que ese sector “no necesita el apoyo del Estado. Acá está lleno de teatros comerciales donde una entrada te sale $300. En Casa Sofía las obras son a la gorra o con un bono contribución muy bajo para que pueda acceder gente que no puede abonar esa entrada.”
Parte de la lucha por la autogestión también sería evitar aquella mirada del mundo que afirma que todos tenemos y elegimos con las mismas posibilidades, que el apoyo estatal es inmerecido y forzado, ya que las mercancías culturales deben valerse por sí mismas y el consumidor debe seleccionarlas o no en la góndola general del mercado cultural. ¿Por qué alterar este curso natural de premios y castigos? Porque premia a quien tiene más oportunidades en un mercado que per se es desigual y castiga a los que no tienen los recursos suficientes. La autogestión, si quiere transformar esa mirada que impregna cada aspecto de nuestra vida, debe evitar caer en posiciones marginalistas que ven, en cada programa estatal, clientelismo, en cada mesa de coordinación con funcionarios, una entrega de principios. Ante un mercado cultural constreñido por la caída del mercado interno, las propuestas que no seducen al mainstream necesitan una política específica desde el Estado.
Revisando la posición de la autogestión ante el Estado, es inevitable pensar las políticas públicas destinadas a esa cultura independiente. Julieta no lo duda: “no es que no haya políticas culturales, hay mucha política cultural y mucho presupuesto para un tipo de cultura, para un tipo de proyecto cultural”.
Qué ves cuando me ves
El Estado no es siempre el mismo, pero siempre regula. En este sentido, cabe preguntarse qué ve el Estado porteño en lo que llamamos autogestión y qué política cultural destina a ese sector. La ola de clausuras por medidas de seguridad insólitas y la falta de financiamiento hace creer que simplemente no le importa, y que la Agencia Gubernamental de Control puede ser tan condescendiente como restrictiva, dependiendo del humor del inspector de turno.
Julieta explora otras posibilidades: “hay una persecución clara, por un lado te clausuran porque el matafuego de repuesto no está a nombre de tal, que no constituye un riesgo para la seguridad del lugar. Pero, por otro lado, tienen otra concepción de la cultura. No es que no hay una apuesta por la cultura, no es que no hay presupuesto para cultura. Lo que hay es una definición de cultura y una construcción del sentido común de la cultura que es básicamente el teatro Colón, el teatro San Martín”.
Esta desidia y persecución atenta contra una propuesta de acceso popular que alienta discusiones o se plantea otras perspectivas. Desde este punto de vista, no sólo se trata de darle espacio a artistas nuevos, sino de construir una mirada crítica que choca de lleno con las políticas culturales del Gobierno de la Ciudad, quien construye un sentido común en el que para ver un espectáculo de calidad hay que pagar una entrada onerosa.
Julieta comprende esas dos miradas contrapuestas y brega para que “la cultura sea una herramienta para acceder, y que ese acceso no esté definido por si es posible pagarlo o no”. Sin embargo, traza un hilo conductor entre ambos mundos: “somos un semillero de cultura, para que después haya teatro en la calle Corrientes, tiene que haber antes un teatro que forme, que dé la posibilidad de experimentar, y eso también pasa con la música o el cine; que puedas ver películas que no se pueden ver en otros lados y que a eso le sumes un debate y una reflexión”.
Pero, entonces, lo que aquí sucede, en Casa Sofía, en estos espacios culturales diseminados en toda la ciudad, ¿es lo mismo que sucede en un teatro comercial pero a una escala más pequeña, con artistas que aún no alcanzaron el éxito o que no tienen el talento para llegar a las primeras planas?
No. “Nosotros ponemos en valor a los trabajadores y trabajadoras de la cultura que, en general, parece que lo que hacen es por hobby, porque sino estás en el teatro Colón o en la calle Corrientes tu trabajo no tiene valor”, explica Hantouch y agrega: “acá le das la posibilidad a un músico que tiene una escala de llegada determinada para que pueda romperla y para que la rompa. Y no viene cualquiera, viene alguien que tiene una propuesta, que es profesional, que hace cosas que están muy buenas y que no tienen lugar”.
Nos encanta vuestra página! Cultura es vida y compartirlo mucho más! Gracias!
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