A pesar de todo

¿El contexto socioeconómico es un impedimento para que los artistas puedan producir su material?, ¿las dificultades frenan el avance de la cultura?, ¿cómo hacen los músicos para financiar y autogestionar sus discos?, ¿se pueden mantener los costos de la vida dedicándose al arte en Argentina? Una reflexión que posiciona a la cultura en un lugar central en tiempos de crisis.

por Christian Morana

Mientras el transporte se hace de costos “intransportables”, la luz va camino a ser un bien de privilegio en verano y en invierno, la ropa un lujo, y la comida cotiza a precios de electrónica, algunos se indignan por “matar” un feto mientras comen una tarta de jamón, queso y huevo duro y piden a gritos que los militares maten a los pibes. Los medios de comunicación no pudieron sacarle el jugo a Messi y “San Paoli”; La Casa de Papel quedó olvidada, después de haber sido aplaudida, paradójicamente, por un robo al Estado que juega con la doble moral y sin víctimas aparentes. Mientras esperábamos que la ley laboral sea la vedette del año, nos sorprende el poder femenino organizado que, de un cachetazo, pone en primera plana la discusión de un avance más en su guerra de libertad y, muy pronto, los argentinos no sabremos si golpearnos por nuestras diferencias o abrazarnos  con una sidra en la mano para festejar un nuevo año junto a la familia. Creo que una vez ya pasó algo parecido.

En primera instancia, pensé que llevo mucho tiempo escribiendo y hablando sobre la precarización laboral de músicos y técnicos, de los tratos que recibimos, de nuestro salario informal y congelado, de la ausencia sindical y de los tratos que debemos enfrentar a diario para poder, pese a todo, continuar dedicandonos a la profesión que elegimos. En la situación actual, todo eso negativo se transforma en positivo porque por lo menos hacemos lo que nos gusta en un país en que al maestro no le alcanza para llegar a fin de mes y ve por televisión estallar una escuela que llevaba tres denuncias por pérdidas de gas, al mismo tiempo que a una familia de Floresta le llegan cuatro mil pesos de factura en invierno. Un país que se endeuda y debate leyes sin escuchar lo que el pueblo manifiesta, mientras las necesidades básicas se le hacen imposibles. Una sociedad que es dueña de una iglesia que está en contra de los derechos personales, al mismo tiempo que un cura viola chicos sordos ayudado por una monja, expone su doble moral en algún discurso en contra de la interrupción voluntaria del embarazo pareciendo casi un chiste de mal gusto. Entendí, entonces, que si esas cosas no son consideradas no puedo velar por las condiciones laborales de un músico cuando existen tantas necesidades urgentes previas.

Pensarán: ¿qué tiene que ver esto con la cultura? ¿Qué tiene que ver esto con la música?

Bueno, yo opino que todo tiene que ver. En medio de este marco, la cultura toma un rol fundamental, se hace uno de los bienes más preciados y sagrados de estos tiempos, es lo único que no nos pueden sacar porque se propaga de boca en boca, se escucha en los subtes, se lee en las redes y se forma en reductos del under. Es ahí cuando el artista tiene que adaptarse a los tiempos que corren y al mercado que es casi ya inexistente. En éste punto, me salen otras preguntas.

Estamos transitando una transformación en las formas del mercado, una especie de gris en donde se mezclan las viejas formas con las nuevas. Ya se hace muy difícil para los proyectos emergentes vender una entrada para un show a doscientos pesos, mientras sus videos en las redes sociales llegan a cuatro mil personas por sólo cuarenta pesos y las grandes bandas extranjeras venden sus tickets con algún cero más y el apoyo de los bancos. Sí, claro, en cuotas; los estadios llenos para ver el Lollapalooza con los funcionarios en el palco y los grandes medios a su servicio, Foo Fighters o Radiohead agotan sus tickets de las preventas en cuestiones de horas. ¿Entonces? ¿Hay mercado? Evidentemente, sí: para las grandes producciones apoyadas en la mega-comunicación, pero no para las chicas y medianas que no cuentan con el apoyo mediático ni el sponsoreo, y terminan tocando con entrada gratis en alguno de los pocos lugares que entienden al músico como un trabajador digno, algo similar a lo que le sucede a las Pymes en general. ¿Se pueden mantener los costos de la vida dedicándose al arte en los tiempos que corren en la Argentina?

Es muy difícil, pero se puede y, mejor aún, se debe. En medio de las paritarias que intentan defender el poder adquisitivo de los trabajadores ante el avance despiadado del achique de los salarios, no existe sindicato real que defienda el jornal del trabajador del espectáculo músical y realmente se nota en el día a día. Hoy, un músico necesita alrededor de veinte shows (no existen escenarios para poder trabajar con un jornal digno en esa cantidad) por mes para llegar al sueldo mínimo, trabajando de noche y en días festivos. ¿Esa dificultad frena el avance de la cultura? En lo más mínimo. Los subtes, los trenes y las calles se llenan de música y de mensajes que nacen como respuesta a un camino tomado por un Estado al que poco le importa, aunque está transitando un camino para prohibir la música en las calles y así callar a miles de músicos.

¿Se pueden afrontar los costos de producción de material si la única vía de difusión es en las plataformas digitales? En esta la lucha por la supervivencia surge la necesidad de cubrir las inquietudes artísticas y comerciales necesarias en la carrera de cualquier músico. ¿Cómo hacen entonces los músicos para financiar y autogestionar sus discos y su material audiovisual? Es increíble que a esta altura del relato, y luego de pintar el panorama, llegue a decir que son los músicos quienes mantienen una industria que gira a su alrededor y en la cual trabajan estudios de grabación, técnicos de sonido, fotógrafos, creativos audiovisuales, community managers, prensas, periodistas. revistas, canales de YouTube, luthiers y demás trabajadores. Los costos para generar un material que cumpla las expectativas de calidad son altísimos y se termina generando un producto que no se vende más que en cantidades muy chicas, en la mayoría de los casos, y que la única distribución es mediante las plataformas digitales que pagan centavos por reproducción de un material que cuesta miles.

Entonces, ¿esto es un impedimento para que los artistas puedan producir su material? De ninguna manera. Esto genera que la cultura, en general, y la música en lo que me compete tenga más fuerza y mucho más por hablar. Vale decir, también, que existen algunas formas de que el Estado pueda ayudar a la generación del material ya sea por medio del INAMU y sus vales de producción o el FNA con sus becas. Si bien es un gran paso, sigue siendo insuficiente.

Creo, entonces, que la coyuntura golpea el desarrollo de la cultura al mismo tiempo que la fortalece y le da mayor razón de ser, la transforma en contestataria y le da una importancia superlativa; en el día a día de los que luchan por una supervivencia más digna, la cultura toma el traje del mensaje y la voz de la mayoría. Se ve en las calles, en los medios de transporte y los bares. Se palpita, se siente. Tal vez el cambio no era el que esperaban o buscaban pero de lo que estoy seguro es que el cambio va a llegar desde la voz de la calle, de la voz de la verdadera cultura como siempre ha sucedido.

3 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Reblogueó esto en Morana Christiany comentado:
    Salió el nuevo artículo que hice para @revistatramas 🙂

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