Ciudad Emergente, ¿cultura emergente?

Desde hace nueve años, y por primera vez en la Usina del Arte, el festival se presenta como la “vidriera de la cultura joven”. El evento anual que reúne “lo mejor de lo nuevo”. Aunque muchos (y muy buenos) artistas se subieron al escenario, el Ciudad Emergente reproduce los mismos sentidos que el mainstream sobre la juventud y las bandas nuevas.

por Santiago Lecuna

En el interior del centenario edificio no había trabajadores de luz y fuerza operando maquinaria pesada para generar electricidad. En su lugar, un árbol de espejos se elevaba en el hall de entrada donde algunos actores interpretaron una performance para la no tan sorpresa de los transeúntes. Afuera, en el escenario, una chica hacía su demostración de kump. También hubo parkour, stand up, torneos de tutti frutti y los más tradicionales recitales de bandas en vivo. Por primera vez, el festival abandonó su Recoleta natal y se ubicó en la ribera rioplatense. El cambio de escenografía barrial, sin embargo, no modificó su eje principal: la movida emergente porteña

A través de su amplia publicidad, el evento se presentó como un faro que, anualmente, ilumina aquellas actividades culturales nuevas, que recién comienzan y por lo tanto circulan entre las sombras. Dicha difusión tiene en la juventud a su actor principal. Por lo que, cuando hablamos de cultura emergente, hablamos de expresiones culturales novedosas protagonizadas por la juventud. ¿Es así?

Emergencias

En parte. El Ciudad Emergente reúne bandas y expresiones novedosas sin exposición masiva. También hay artistas (sobre todo bandas o cantantes) consagrados y reconocidos por el común de la gente, lo que no necesariamente es contradictorio con el espíritu del festival. Las “estrellas” pueden ser el complemento para atraer un mayor afluente de público, que termina siendo el público de artistas incipientes poco acostumbrados a las audiencias masivas. La cuestión es qué noción de cultura emergente es la que se entiende y busca promocionar.

Durante el transcurso del evento, los artistas exponen el fruto de su trabajo, que en el día a día atraviesa distintas dificultades. En el caso de la música, el gran escollo para las propuestas novedosas es un mercado que impone reglas, horarios y costos en los que el artista, obligado a aceptar para subirse a un escenario, sale perdiendo. Un festival anual de cuatro días no trae soluciones a esta problemática.

El panorama hace que muchos pateen el tablero y apuesten por la autogestión, lo que conlleva hacerse cargo de la organización de las actividades culturales. De esta manera, la escena emergente está atravesada por proyectos e iniciativas que se desentienden de la lógica usual. Ciclos, festivales, peñas, encuentros y un largo etcétera donde los propios artistas deciden, dentro del marco de lo posible, cuál es la mejor forma de exponer su trabajo. Aquí lo emergente se relaciona con algo más que ser meramente lo nuevo. Va más allá del primer impacto que puede generar una obra desconocida e implica una forma alternativa de manejarse en un ambiente que es hostil e indiferente a las propuestas que son poco atractivas para la industria.

Y no es sólo el mercado el que presiona, también lo hacen las autoridades de control públicas. Ante el cierre a mansalva de centros culturales y lugares para tocar por la arbitrariedad de un inspector, quedan en condiciones de abrir sus puertas algunos pocos boliches que, en ese trato desigual, escriben sus propias reglas. El colmo fue la gestación del Provincia Emergente, hecho a imagen y semejanza de su hermano mayor porteño. Diversas bandas del underground bonaerense iban a tocar en el Estadio Único de La Plata. Sin embargo, muchas decidieron bajarse y armaron un contrafestival, a raíz de la clausura del emblemático espacio cultural Pura Vida, entre tantos otros. La dureza del intendente de la ciudad de las diagonales (Julio Garro, de Cambiemos) fue respondida con la solidaridad de los músicos, quienes acuñaron el Cultura en Emergencia, un festival propio.

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Lo emergente está saliendo a la superficie pero aún no se puede apreciar del todo. Mitad sumergido, mitad a la luz, todavía está haciéndose. Este estado de indefinición complejiza el término. Pero si está viniendo desde abajo es porque hay algo arriba. La metáfora no es inocente, lo que está arriba ejerce su presión a los que se encuentran en una posición inferior. Las expresiones que surgen, entonces, no lo hacen de la nada. Están configuradas por esa relación. Lo dominante puede originar nuevas formas, pero lo fundante de lo emergente sería, aventurando una definición, su carácter de oposición a lo dominante, en tanto surge de abajo. Puede pensarse como una alternativa a lo establecido. Sin embargo, no se trata de categorías fijas. La tensión es permanente y aquello que apareció como una forma de oposición, puede ser incorporado por lo dominante.

Divino tesoro

El Ciudad Emergente invoca permanentemente a la juventud como si fuera la fuente de un talento que fluye naturalmente. El joven que se construye es alguien que, en solitario y casi sin esfuerzo, práctica su arte. A esto, agrega otros atributos que considera propios de ese joven artista: espontáneo, canchero, atento a las últimas tendencias. Los criterios para participar se limitan a ser lo nuevo y a ser joven. Otras características, como la experiencia o los años dedicados a un proyecto no se ponen en juego. Lo viejo, si no está consagrado, habla del tiempo perdido. Este es el conflicto de relacionar lo emergente (entendido como meramente lo nuevo) con lo viejo. Los años en el under pueden despertar romanticismo pero, sobre todo, la oportunidad desperdiciada, el tiempo tirado a la basura, la frustración de los mismos resultados. Si triunfar es el mandato, la juventud es la posibilidad y la vejez, el resultado.

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Sin perder nunca de vista la calidad de la composición final, debe revisarse aquella antigua noción que entiende al arte como el lugar al que acceden los espíritus elevados, como si fuera el VIP de un boliche cheto. La masividad festivalera (mucha gente, muchas bandas, muchos escenarios) rechaza esa exclusividad, pero aún reproduce aquella imagen del joven rozado por la varita mágica de la creatividad alejado del mundo de las obligaciones, el trabajo y los horarios fijos. Alguien que compone, escribe, actúa, danza o filma lo hace esforzándose, trabajando día a día. Y lo hace con muchos otros que también participan en el proceso creativo.

La cultura como recurso

El Gobierno de la CIudad de Buenos Aires promociona al Cultura Emergente, no sólo como un espacio para darle una oportunidad a la cultura emergente y joven, sino también como una manera de revitalizar el sur de la Capital Federal, zona atravesada por la pobreza, el narcotráfico y la emergencia habitacional. Horacio Rodríguez Larreta destaca la creación de un Distrito de las Artes en el sur porteño como una forma de atraer inversiones que impulsen el desarrollo y saque de la postergación a esos barrios.

El festival, en este sentido, se trata de algo más que de una iniciativa para acercar al público propuestas artísticas diferentes. La organización del evento tiene una concepción de la cultura instrumentalista en tanto que sirve para traer desarrollo económico allí donde no lo hay. De lo que anteriormente se ocupaba la política económica, hoy se encarga la política cultural.

Desde esta perspectiva, la actividad cultural no pasa por los museos de bellas artes, por la autogestión o por un producto estandarizado y vendido en masa. Se trata de una herramienta para el desarrollo que, en tanto y en cuanto sea rentable, puede suponer inclusión social. Las otras definiciones de cultura no son inválidas, pero los Estados de distinto color político tienden a utilizar a la cultura como motor económico.

En este sentido, habría que verificar qué tan eficaz y justo es ese uso. Como efecto colateral, puede producirse el desplazamiento de la población humilde del lugar, ante la valorización del metro cuadrado por el interés que esa zona, antes olvidada, despertó en los grandes inversores. Es lo que se denomina como proceso de gentrificación. Las políticas públicas que entienden a la cultura como una variable económica deben ser de cara a los habitantes de La Boca, Pompeya o Barracas, y no en beneficio de la especulación inmobiliaria, más ansiosa de la llegada de turistas internacionales que de condiciones de vivienda dignas para los vecinos del sur porteño.

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*La imagen de portada pertenece al sitio oficial del Gobierno de la Ciudad.

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